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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro:
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 9786073156073
Editorial: Grijalbo
Hay una parte oculta en la relación entre padres e hijos que está conformada por una variedad de facetas de la vida de los primeros proyectadas de manera inconsciente en la de los segundos. Estas proyecciones se desconocen y se niegan, porque descubrirlas a veces asusta y avergüenza.
La autora busca ayudar a los padres a comprender esas proyecciones que afectan la relación con sus hijos. ¿Te animas a conocer esa parte oculta en ti?
Para comprender el asunto de la “parte oculta” en la relación entre padres e hijos, se necesita primero conocer qué son los mecanismos de defensa. Son medios que utilizamos inconscientemente para hacer frente a las situaciones difíciles, distorsionando, disfrazando o rechazando la realidad y reduciendo así la ansiedad.
Existen alrededor de 13 mecanismos de defensa, sin embargo, los más comunes en estos casos son la proyección y la negación.
Si bien todos, en ciertos momentos, utilizamos algún mecanismo de defensa, esto sucede menos en personas psicológicamente sanas y maduras ya que tienen un grado de autoconocimiento amplio.
Mientras más sana es una persona, menos utiliza los mecanismos de defensa y, cuando lo hace, casi siempre es consciente de ello.
La proyección es el proceso de atribuir a otros lo que pertenece a uno mismo, mientras que la negación se refiere a no aceptar una realidad que puede ser externa.
El mecanismo de defensa que más se utiliza en las relaciones de padres a hijos es la proyección.
Se proyectan como padres las expectativas de vida, las frustraciones, las etapas de la infancia o adolescencia donde quedaron conflictos sin resolver, los “hubiera”, las necesidades insatisfechas y las áreas de luz.
Quizá la primera reacción al saber esto sea decir “No, yo no hago eso”, pero no siempre se es consciente de ello. El inconsciente, aunque no se experimenta directamente, ejerce efectos profundos y significativos en tu vida.
La función del inconsciente es protegernos, resguardar todo aquello a lo que nos es difícil o doloroso hacer frente.
Así, pues, la “parte oculta” de la relación con los hijos se produce de manera inconsciente y no como resultado de una decisión intencional y consciente por parte de los padres.
Tus hijos no son tuyos. Son los hijos y las hijas del anhelo de la vida por perpetuarse. Llegan a través de ti, pero no son realmente tuyos. Y aunque están contigo, no te pertenecen.
Podrás parecerte a ellos, mas no trates de hacerlos semejantes a ti. Porque la vida no retrocede, ni se estanca en el ayer.
La insatisfacción con la propia vida, la represión y la frustración de los más profundos deseos y aspiraciones son algunos de los más importantes factores que conducen a la infelicidad y a la enfermedad emocional.
Todos venimos a la vida a hacer algo, sin embargo, los miedos, los prejuicios y las opiniones de los adultos que nos rodean comienzan poco a poco a influenciarnos y a poner en duda esa claridad respecto a nuestra vocación.
Existe una gran diferencia entre guiar y aconsejar a un hijo en algo, y forzarlo, presionarlo o condicionarlo para que tome el camino que el padre supone que es el mejor. A pesar de ser su padre o su madre, no tienes derecho a exigir.
A veces, tenemos ganas de que nuestros hijos desaparezcan por un rato para, por supuesto, recuperarlos, porque no hay duda de que los amamos y de que queremos cumplir con nuestra responsabilidad como padres.
Deseamos estar a su lado y compartir nuestra vida con ellos, pero esa otra parte, ese sentimiento que brota en ciertos momentos, es también real.
Sin embargo, cuando los padres expresan esto en voz alta sienten una gran culpa. El hecho de que la responsabilidad a ratos nos pese no significa que no deseemos cumplirla.
Cuando por mucho tiempo hemos negado y reprimido algún sentimiento, este va a buscar formas alternas de salir. Es así como se desarrollan ciertos rasgos, como una preocupación extrema por el bienestar, o un importante y limitante miedo a que les pase algo.
A veces, no basta con reconocer los sentimientos y es necesario tomar en cuenta procesos más largos y profundos para resolverlos. Pero reconocer los sentimientos de agobio ante los hijos, en los momentos que se sienten, abre una puerta a la solución.
El rechazo es ese ácido que se cuela en cada espacio de nuestra relación con el hijo rechazado, es una espina que se clava en el corazón y no nos atrevemos a retirarla porque tememos resultar heridos.
Pero el rechazo en sí mismo hiere tanto que ni siquiera el dolor de reconocerlo es comparable con el de seguir cargándolo.
Las razones por las que un padre siente rechazo por su hijo son:
Cualquiera sean las causas o circunstancias del rechazo, es necesario darse cuenta y reconocerlo, para hacer ese cambio profundo hacia el amor y aceptación.
Cuando un padre insiste obsesivamente al hijo en que debe cambiar o aceptar algo, no hay duda de que hay algo más, algo que el padre está proyectando en el hijo de manera inconsciente.
Esto es común en la relación entre padres e hijos. Intentamos cambiar en nuestro hijo lo que no podemos cambiar en otra persona significativa para nosotros, o bien lo que no podemos cambiar en nosotros mismos. El mensaje implícito es: “Yo no puedo cambiarlo, cámbialo tú por mí”.
De manera que eso que quieres que tu hijo sea, debes serlo tú primero.
La autoconsciencia es necesaria para evitar caer en ese tipo de dinámicas o detenerlas a tiempo si ya estamos metidos en ellas.
Acepta lo que es tuyo y resuelve lo que te toca resolver, así contribuirás a una relación más sana y amorosa con tus hijos.
En cada etapa del desarrollo de nuestros hijos se advierten nuestras propias necesidades no satisfechas de desarrollo infantil. A menudo, el resultado es una desastrosa actuación como padre.
Cuando los sentimientos se reprimen, especialmente la ira y el dolor, ese pequeño se convertirá físicamente en un adulto, pero en su interior permanecerá ese niño airado y herido.
Afortunadamente, podemos hacer algo al respecto: curar a nuestro niño interior herido.
Una de las ventajas de ser adulto es que ya no dependemos de nadie que nos proporcione los medios para sanarnos; los podemos buscar nosotros mismos y existen muchas alternativas efectivas, como la psicoterapia, o maravillosos libros que te llevan de la mano en ese proceso que vale la pena iniciar.
El nombre que se asigna a los hijos tiene un gran poder y puede determinar a quien lo lleva, limitando su individualidad.
Hay familias donde todos llevan el mismo nombre que el abuelo, y donde el peso de ese nombre los ha limitado tanto que son infelices. Parece ser que junto con su nombre le pasamos al hijo todo el paquete.
Es buena idea no poner apodos y, mejor aún, llamar a la persona como le gusta ser llamada.
Conocer esta información y ser consciente de ella te permitirá ayudar a tu hijo a individualizarse, a ser él mismo y a vivir su propia vida.
Muchas madres y padres cargan sobre su espalda con una gran frustración: nunca pudieron hacer tal cosa, se quedaron con ganas de otra, se vieron obligados a hacer lo que no querían.
Estas personas expresan su amargura de haber querido y no haber podido con frases como: “A tu edad yo ya mantenía una familia”, “Yo nunca anduve en fiestas como tú”.
Toda la frustración y amargura que hay en esas expresiones pueden ser causa de que un padre sienta envidia de su hijo.
Son habituales los casos en que un padre asumió, desde muy joven, responsabilidades para ayudar a sostener a su familia, o desempeñó la función de padre o madre con sus hermanos, o incluso con sus propios padres, lo que lo llevaron a tomar un rol paternal.
La forma en que los padres manifestamos la envidia hacia un hijo consiste por lo general en criticarlo y desaprobarlo, a veces con una gran carga emocional de enojo o burla.
Aquello que ves en tu hijo o en otro y te molesta, críticas o te aferras en cambiar se debe a alguna de esas razones.
Este término se refiere a los hijos que hacen la función de padres de sus hermanos o de sus propios padres, o como sustituto de la pareja de uno de estos.
Aunque con frecuencia encontramos este rol en el hijo de distinto sexo al del padre, también puede presentarse en un hijo del mismo sexo.
El hijo parental suele ser muy maduro, muy fuerte y responsable, contrariamente al padre o a la madre que debería llevar a cabo esta función, quien suele ser débil, dependiente, inmaduro, temeroso, inseguro o con muchos conflictos emocionales o de personalidad.
Por esta razón, es común encontrar hijos parentales solterones, o casados pero con graves conflictos conyugales, porque siguen psicológica, emocional y hasta materialmente atascados y pegados al progenitor, con quien han llevado este rol por años.
Los hijos no deben, no pueden, no les corresponde ocupar ese lugar cuando está vacío; está vacío y punto. El hijo es el hijo y nunca será, ni tiene por qué ser, el sustituto del padre o la madre ausente.
Un compromiso no es una obligación, es una elección voluntaria, una decisión personal de involucrarse en cuerpo y alma en algo.
Ser padre o madre es el más honroso y sagrado compromiso que adquirimos con la vida, compromiso que algunos deciden no cumplir, abandonando física, material o emocionalmente a sus hijos.
Otros deciden cumplir quejándose, lamentándose y reclamando a sus hijos por todos los sacrificios, el dinero gastado y el esfuerzo hecho día a día.
Y algunos pocos lo cumplen amorosamente, aun con todas sus limitaciones, agobios y errores.
Cuando tienes esa sensación de que tus hijos te deben algo, lo expreses o no, sin lugar a dudas no estás cumpliendo tu función de darles lo que necesitan desde el amor, tal vez sí desde el sentido del deber, la imagen o la incapacidad de decir “No”, pero definitivamente no desde el amor.
No importa cuál sea el problema que un hijo presente, el amor incondicional de los padres será indispensable para resolverlo.
No te preocupes tanto por el porqué de tus errores, preocúpate u ocúpate de acrecentar tu capacidad de amarlos; es posible hacerlo, trabaja duro en ello y lo demás vendrá solo.
Amar y aceptar incondicionalmente a un hijo no significa permitirle todo, no ponerle límites, no levantarle nunca la voz, no ser firme; significa amarlo como es, aun en los momentos en que te encuentras verdaderamente molesto con él.
Amar a tu hijo significa que puedes sentir y mostrar todos tus sentimientos, tu amor, tu enojo, tu aprobación, tu desaprobación, tu alegría y tu tristeza. Significa saber cuándo ayudarlo y cuándo dejarlo enfrentarse solo a una situación.
Conocer nuestras dinámicas inconscientes nos ayuda a comprender mejor lo que nos pasa y por qué nos pasa, y a ser más compasivos los unos con los otros.
El amor es lo que más importa en la vida, el mayor esfuerzo o interés debe estar dirigido hacia su búsqueda y al desarrollo de nuestra habilidad para amar.
El amor puede romper patrones de relación disfuncionales que se vienen arrastrando de generación en generación.
Si quieres aprender más sobre cómo mejorar la relación con tu hijo, sigue con “Los 5 lenguajes del amor de los niños”, escrito por Gary Chapman y Ross Campbell.
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Psicóloga especializada en psicoterapia familiar. Es una de las expertas más reconocidas en temas como la educación infantil y la r... (Lea mas)
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